viernes, 7 de marzo de 2008

Zaha juega con hielo y congela el paisaje

PROYECTO INTERNACIONAL: NORDPARK CABLE RAILWAY (INNSBRUCK)ZAHA HADID ARCHITECTS

Las estaciones de tranvía que proyectó en Innsbruck remedan las formaciones glaciares y marcan un hito por su innovación tecnológica.

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porARIEL HENDLER.
ahendler@clarin.com

Nos inspiramos en las formas de las glaciaciones y los movimientos de las grandes masas heladas; en el lenguaje fluido de las formaciones naturales de hielo, como las caídas de agua congeladas". Así describe Zaha Hadid (el plural alude a su asociado Patrick Schumacher) la búsqueda formal que guió el proyecto para las cuatro estaciones de tranvía recién inauguradas en Innsbruck, en los Alpes austríacos; la ciudad tirolesa donde la arquitecta británica nacida en Bagdad ya cosechó elogios y distinciones por la vertiginosa plataforma de saltos de esquí del monte Bergisel.

Las cuatro paradas del Hugerburgbahn (como lo llaman los vecinos) o Nordpark Cable Railway (en lengua global) responden a la premisa de "adaptación a las condiciones específicas de cada sitio, aunque compartiendo un mismo lenguaje aquitectónico", según asegura Zaha. Las estaciones se caracterizan por sus cubiertas livianas de vidrio de doble curvatura a modo de caparazones, con grandes voladizos y apoyadas con mínimos contactos sobre sus basamentos rectos de hormigón, lo cual, según Zaha, "produce el efecto visual de que estuvieran flotando".

Pero, además, cada una tiene su propio contexto particular, que incluye topografía, altura, inclinación del terreno y flujos de circulación. El recorrido (que puede verse en filmaciones caseras en YouTube, buscando por Hungerburgbahn) se inicia en en el centro de la ciudad, en un entorno urbano y llano; cruza el río Inn por un puente colgante aferrado por cables de acero, también proyectado por Zaha, y luego asciende la ladera del monte Nordkette, al norte de la ciudad, hasta finalizar su recorrido en la villa Hungerburg, a 863 metros de altura y 286 metros por encima del punto de inicio.

Desde allí se puede abordar un teleférico hasta la cima del monte Seegrube, a 2.300 metros de altura, de modo que, en total, toma apenas 20 minutos llegar desde la ciudad hasta la cumbre.

Ante esta variedad de visuales y experiencias, las estaciones se ofrecen como un factor de continuidad, ajustándose a esos parámetros sin dejar de ser parte de una familia coherente de objetos. De este modo generan lo que Zaha denomina "un paisaje artificial" que acompaña al natural. Y, al mismo tiempo, cada cubierta describe, o mejor dicho, acompaña con un gesto sutil el flujo peatonal debajo de ella, ya sea en sentido horizontal a través de rampas y andenes, o vertical por escaleras fijas y mecánicas.

Por caso, en la estación Löwenhaus, sobre la ribera del Inn, el flujo casi excluyentemente horizontal de circulación y la continuidad con el puente sobre el río es enfatizada por un voladizo que se estira hasta lo imposible para cubrir su basamento, doblándose hacia abajo como un mantel en los bordes de una mesa, o como los famosos "relojes derretidos" de Dalí. En tanto, en medio de la ladera de la montaña, la estación del Zoo Alpino, apoyada sobre una columna con escaleras y rematado por una cubierta convexa, parece una estaca clavada para sujetar aparejos de alpinismo.

Empujar los límites. Para el arquitecto y crítico catalán Alberto Estévez, teórico de las "arquitecturas genéticas", esta obra, y en especial las cubiertas sin aristas, ángulos ni ninguna otra referencia geométrica reconocible, confirman la adhesión de Zaha al "organicismo digital", que según él constituye la primera vanguardia del siglo XXI. "Cada estación es un 'únicum', una forma orgánica única y continua en el que no hay oposición entre elementos soportantes y soportados, piezas verticales y horizontales, piel y estructura", explica. De hecho, las cubiertas de las cuatro estaciones de tranvía conforman a la vez el techo y la envolvente (por llamarla de algún modo), mientras que el concepto de "abertura" parece ajeno: es la propia forma la que se abre o cierra, total o parcialmente.

Sin embargo, Estévez toma distancia respecto al simbolismo aludido por Zaha. "En realidad, en este diseño no hay mímseis. Lo que hay es un trabajo de abstracción formal que puede dar lugar a múltiples interpretaciones. Ella dijo que son formas del hielo porque están en medio de la nieve, pero si estuviera junto al mar, tal vez diría que son moluscos o valvas marinas", opina. De hecho, caminar debajo de cualquiera de las cubiertas vidriadas podría parecerse tanto a pasear por una gruta helada como a hacerlo por las entrañas de una ballena.

Más allá de este detalle, Zaha coincide con que el proyecto supone "una contribución a la arquitectura diseñada y construida digitalmente", así como un "hito a nivel mundial para el uso de vidrios de doble curvatura en la construcción". Además, durante el corte oficial de cinta aseguró que debería ayudar a "empujar los límites de la tecnología aplicada al diseño y la construcción".

Esto puede leerse como un elogio a la constructora Strabag, de Viena, cuyos profesionales trabajaron codo a codo con la arquitecta para plasmar sus ideas en la práctica. En especial, el uso de tecnologías propias de las industrias automotriz, aeronáutica y naval, donde son habituales las piezas "sin costuras", como las empleadas en este proyecto.

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